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Primera vez en El Impenetrable, la experiencia de Natalia Mazzei

Desde hace muchos años, la palabra Chaco me remite, principalmente, a una sola cosa: desmonte.

 

Desde Buenos Aires, las noticias que recibimos de Chaco tienen que ver con eso: árboles cayendo, uno tras otro, tierra arrasada, desastre ambiental, falta de oportunidades y de soluciones.

 

Afortunadamente, Rewilding Argentina me abrió la puerta para ver la otra cara de la moneda. ¿Qué se hace frente a la pérdida de biodiversidad? ¿Qué se hace frente a la tala? ¿Qué se hace frente a comunidades aisladas y olvidadas? Tomar acción, buscar soluciones, desarrollar proyectos que aborden las problemáticas para cambiar la realidad.

 

Durante los cuatro días que visité El Impenetrable tuve la suerte de conocer distintas aristas del proyecto; una de ellas tiene que ver con el rol fundamental que juegan las comunidades locales en el desarrollo del turismo de naturaleza en este lugar.

 

En ese contexto, conocí a diferentes personas que empiezan a encontrar en el turismo una vía de crecimiento y de formación, así como una salida económica que les brinda una alternativa sustentable para su desarrollo.

 

Durante nuestro paso por Chaco, el almuerzo y la cena no fueron ocasiones para frecuentar restaurantes lujosos ni sucursales de comida rápida, sino para visitar a Zulma, a Jorge y Graciela y a Nancy, ir a sus casas, conocer a sus familias, sus lugares de trabajo y también sus historias.

La primera noche fuimos a lo de Zulma; caminamos un kilómetro bajo el cielo cerrado desde la Escuela Taller (un espacio donde se realizan capacitaciones y talleres para fomentar el desarrollo de actividades de turismo de naturaleza) hasta su casa. Zulma nos esperaba con la mesa armada, mantel, florero y tortaparrilla en medio de la mesa. El menú de esa noche era guiso. Al ser vegetariana, comencé el viaje preocupada por mi alimentación: ¿podría comer bien o estaría condenada a mirar de reojo los platos cárnicos de mis compañeros mientras comía lechuga y tomate? Afortunadamente, Zulma había contemplado mi situación, y así como había guiso tradicional, yo pude disfrutar de un gustoso y condimentado guiso vegetariano. Para coronar la noche, nos convidó empanadillas de zapallo. El guiso tenía zapallo también, ¿por qué? Porque todo se prepara con alimentos de la zona, y la cosecha de zapallo había sido generosa. Comer productos locales también es parte de la experiencia.

 

Al día siguiente, amanecimos en el glamping de la escuela taller. El desayuno también era casero y delicioso: tarta de membrillo, alfajorcitos, fruta, té y café, todo con vista a la abundante vegetación que rodea el río Bermejito.

 

Ese día visitamos a otros lugareños, Jorge Luna y Graciela, quienes nos recibieron en su casa. Jorge y su familia prepararon un almuerzo delicioso. Los carnívoros comieron chivo y vegetarianas verduras a la parrilla, y todos quedamos fascinados con el zapallo cabutia hecho al rescoldo. En la mesa había tortaparrilla y té frío de burrito. Al momento del postre, probamos otro plato típico: queso con dulce de mamón.

Ir a lo de Jorge implicó más que comer. Ir a lo de Jorge fue ver la patilla montada, el fuego prendido, la comida preparándose, las manos de Graciela preparando las verduras, el queso casero envuelto en tela secándose a la sombra del timbó, las cáscaras de naranja colgando en forma de espiral, los cardenales, chivitos, gallos y patos deambulando por el terreno y nosotros, escuchando y observando, agradecidos de estar compartiendo ese momento y ese encuentro.

 

Jorge nos contó que le ofrecieron talar el monte, pero se negó, se negó porque la idea de recibir al turismo estaba en marcha y eso le permitía generar un ingreso extra y conservar sus árboles vivos. Nos llevó a recorrer parte del monte, un sendero demarcado donde nos fue contando sobre distintas especies de árboles; ahí vi que el palo borracho no es como en Buenos Aires, ni se llama de la misma manera, conocí el Francisco Alvarez, el molle y otros tantos más. En ese recorrido pudimos ver el quebracho blanco y el algarrobo, dos de las especies más buscadas en la industria de la madera. Verlos de pie es verlos ejerciendo un acto de resistencia. Abrazarlos fue agradecer por su supervivencia y enviar un deseo de conservación a las profundidades de la Tierra.

En la tarde de nuestro segundo día en Chaco hicimos el ingreso al Parque Nacional El Impenetrable y fuimos hasta el camping La Fidelidad; allí conocimos a Nancy, miembro de la Asociación de Vecinos de La Armonía.

 

El camping se encuentra a orillas del río Bermejo, límite natural que separa las provincias de Chaco y Formosa. El río se despliega como un espejo rosado, arcilloso, parecido a un oasis en medio del polvo y el monte cerrado.

 

Todo tenía un color diferente al que estoy acostumbrada a ver en la ciudad, las partículas de tierra fina flotando en el aire hacían que los pocos rayos de sol que nos acompañaron se reflejaran en el entorno, dándole a todo un tono anaranjado. Incluso nuestras pieles se veían diferentes.

 

Apenas llegamos empecé a hablar con Nancy, quien me contó que en febrero de 2022 el camping empezó a recibir al turismo, y que desde entonces los vecinos diagramaron un sistema de turnos rotativos que les permite trabajar en el camping durante periodos de 7 ó 14 días. Asimismo, contó que tienen en funcionamiento un programa de pasantías para jóvenes de la comunidad. Ellos se postulan y se los llama para trabajar durante una semana y aprender sobre la prestación de servicios en el camping. Esto no solo les genera un beneficio en cuanto a su formación, sino que además les da la posibilidad de interactuar con personas de distintos lugares. Asimismo, estos jóvenes pueden asistir a la Escuela Taller y aprender a trabajar en madera, en arcilla o en la realización de tejidos.

A la noche nos reunimos en el comedor, un lugar amplio y agradable donde una luz tenue envolvía las conversaciones. Nancy me había visto con la cámara de fotos y me mandó a llamar para que registrara el horno de barro donde estaba preparando la tarta que íbamos a cenar. Aproveché para quedarme hablando con ella, con dos pasantes que estaban terminando su experiencia y con uno de los chicos de Rewilding Argentina.

Siempre que hablo de sustentabilidad, planteo que para mí es una filosofía de vida. Cuando empezamos a pensar en el impacto ambiental de nuestras acciones, empezamos a modificar miles de pequeñas elecciones cotidianas. En esa mutación nos damos cuenta de que nuestra toma de consciencia no solo beneficia al planeta: también impacta en nuestra forma de vincularnos como seres humanos. Cuando decidimos dejar de consumir plásticos de un solo uso, dejamos de ir al supermercado (donde todo está envuelto en plásticos) y vamos a la verdulería del barrio y a la dietética. Esos espacios pequeños, familiares, menos concurridos, hacen que se generen intercambios más personales y menos automatizados. Más humanos.

 

Lo mismo pasa con el turismo, lo mismo sentí en este viaje y en esas conversaciones. Buscar viajar con menor impacto ambiental no solo beneficia al planeta, no solo reduce el daño ecosistémico, sino que nos da la posibilidad de pensar en otra forma de conocer lugares, en otra forma de vincularnos con los lugareños, en otra forma de valorar las experiencias con las que nos encontramos.

 

Cuando vemos el desmonte desde Buenos Aires, no sabemos que las empresas madereras tocan puerta a puerta las casas de los pobladores ofreciéndoles unos miles de pesos para entrar en su terreno y llevarse sus mejores árboles. Tampoco sabemos que esas personas que dicen que sí no tienen muchas más opciones para generar dinero.

 

Pensar en el turismo sustentable como una fuente de trabajo para las familias que habitan El Impenetrable es una forma de defender el monte.