El Impenetrable, una vasta región de la provincia de Chaco en Argentina, alberga no solo una rica biodiversidad sino también historias de personas que han aprendido a vivir en armonía con la naturaleza y sus tradiciones. Entre ellos destaca la conmovedora historia de Elpi, un recolector de chauchas de algarroba que ha pasado de perseguir árboles para talarlos a luchar por conservarlos y mantenerlos en pie.
El Algarrobo Blanco (Prosopis alba) es un majestuoso árbol que puede alcanzar hasta 15 metros de altura, con ramificaciones de gran envergadura que se extienden de manera imponente. Durante los meses de agosto y septiembre, este árbol despliega pequeñas flores hermafroditas de tonalidades blanco verdosas o amarillentas, atractivas para diversos insectos y polinizadas tanto por ellos como por el viento.
Este árbol nos brinda un fruto singular: una vaina que contiene semillas lisas, comprimidas lateralmente y de un hermoso color castaño. Estas vainas pueden llegar a medir hasta 20 centímetros de largo y albergan semillas de 7 milímetros de longitud. Lo más destacado de este fruto es la pulpa que lo rodea, conocida como «patay», una pasta dulce y sumamente calórica. Esta pulpa es un alimento esencial para diversas comunidades y ha sido apreciada durante generaciones, ya sea consumida directamente para forraje o convertida en harina.
«Cada algarrobo da entre 7 y 15 bolsas de 13 kg según que tan grande sea”
Una vida de cambios y aprendizaje
Hace algunos años, Elpi solía talar árboles para venderlos a la industria maderera. Sin embargo, con el tiempo, su visión sobre el ambiente y su rol en la naturaleza experimentó un giro radical. Hoy encuentra una nueva posibilidad de desarrollarse protegiendo los árboles, a raíz de la cosecha anual de chauchas para producción de harina. Inspirado por la idea de conservar y preservar, en lugar de buscar la tala de árboles, se centró en recolectar las chauchas para alimentar sus animales y para realizar harina para su consumo u otros productos gastronómicos típicos del lugar, asegurándose de no dañar los árboles ni su entorno. Comprendió la importancia de dejar que los algarrobos cumplieran su ciclo de vida y contribuyeran al equilibrio del ecosistema.
«Yo era uno de los que perseguía los árboles, y después me di cuenta que había un mejor futuro si se los mantenía de pie»